Unión Europea: cumpleaños infeliz


LUIS RIVAS 


Caras largas, sonrisas forzadas, himnos habituales, discursos voluntaristas y carentes de realismo… Faltan unos meses para la celebración en Roma del 60 aniversario de la Unión Europea, pero no es difícil imaginar cuál será la puesta en escena.

La UE vive la peor crisis de su historia y lo más grave es que no se vislumbran soluciones imaginativas para hacer revivir la idea nacida en 1957. Pero, ¿qué ideas innovadoras pueden aportar los líderes que tiemblan ante la idea de perder votos en su propio país enalteciendo a la Europa comunitaria?

La institución en sí queda cada día más ensombrecida por la políticas nacionales de los (todavía) 28 miembros y, en especial, de los que dicen llevar el peso de las principales decisiones tomadas en Bruselas: Berlín y, cada día menos, París. Iceberg © Foto: Unsplash Si la UE es el Titanic, apuesten por el iceberg.

La "policrisis" de la que habla su máximo dirigente, el luxemburgués Jean Claude Juncker, se define en varios capítulos:

La crisis económica de 2007/8 que hizo despertar del sueño de la bonanza sin esfuerzo y puso en evidencia la dependencia entre lo socios ricos y los más pobres, con Grecia como ejemplo de reformas brutales para seguir enganchada al carro. Ocho años después, las consecuencias de esa crisis siguen flotando en los cielos del Viejo Continente, que sabe que una sacudidad del mismo calibre que la de hace 8 años tendría consecuencias inimaginables.

La crisis de los refugiados, un fenómeno que se vendió como un ejemplo de la generosidad europea —sin consultar con los europeos— se ha convertido en una bomba de fragmentación con consecuencias desastrosas.

La llegada de cientos de miles de personas a territorio europeo sin ningún tipo de control ha desatado la rebelión de los países que se oponen a la política de bienvenida de la Canciller alemana, Angela Merkel.

Esos países han hecho valer su soberanía para defender lo que consideran valores nacionales y se han unido en algún caso, como el Grupo de Visegrado, en bloques que resquebrajan la simple idea de "Unión".

Las élites europeas y sus medios de comunicación afines no tuvieron mejor respuesta para la comprensión de la actitud de estos países que los insultos habituales: "xenofobia", "fascismo" y, por supuesto, "islamofobia".

Pero cuando vieron que en su propio patio sus ciudadanos se rebelaban también contra la generosidad impuesta desde arriba, los mismo líderes frenaron sus discursos humanistas y, por supuesto, prometen ya medidas para frenar la llegada de nuevos inmigrantes o refugiados, calcando los programas de los partidos considerados anti-inmigración.

De rebote, el asunto refugiados y sus derivaciones en forma de "terroristas infiltrados" y "avance de la islamización" se convierten en un argumento estrella para las formaciones políticas que ya habían hecho de la protección de sus fronteras y de su cultura uno de sus pilares programáticos.

EL TRÍO DEL MIEDO: FRANCIA, ALEMANIA, HOLANDA

Y Europa tiembla ante tres de las muchas citas electorales de este nuevo año: Alemania, Francia y Holanda. Pero aunque se insiste sobre el euroescepticismo como peligro en estos países, no es tanto la UE lo que espanta a muchos ciudadanos, sino la política nacional en cada uno de ellos.

El partido Alternativa para Alemania (AfD) es de reciente creación y viene a ocupar un espacio a la derecha de los cristianodemócratas de Merkel, que gobiernan en coalición con los socialdemócratas del SPD. Por supuesto, la llegada masiva de inmigrantes es su principal combustible, pero también el desprecio a un sector de la población que considera que el multiculturalismo no se impone a la fuerza. Lo más sencillo es insultar a los votantes de AfD considerándoles "nazis", pero con ello no se soluciona un problema que amenaza con perpetuarse y crecer.

La formación declaradamente y sin complejos anti-Islam del holandés Geert Wilders, recoge la adhesión de muchos holandeses que recuerdan cómo dos importantes personajes de su escena artística y política, el cineasta Theo Van Gogh y el liberal Pym Fortuyn, fueron asesinados en 2002 y 2004 por su actitud crítica al Islam. Es decir, mucho antes de que las matanzas de París en 2015 despertaran a Europa sobre el terror islamista. Wilders y los suyos son euroescépticos, cierto, pero no es su principal caballo de batalla.

Para el FN de Marine le Pen, el abandono de la UE sí es un argumento de peso en su ideario para las elecciones presidenciales y legislativas de este año. Por eso su formación ha jaleado como ninguna otra el Brexit, la salida de la UE decidida en referéndum por los británicos. El problema para Le Pen es que los ciudadanos franceses que más votan, es decir, los jubilados, se oponen drásticamente a abandonar la UE, no por amor a la bandera azul, sino por temor a ver depreciadas sus pensiones con la salida de la zona euro.

La idea de Europa, antes ligada a conceptos como la defensa de los derechos humanos, las libertades individuales y colectivas o la independencia de la Justicia, ha perdido atractivo. En pocos años, la UE es sinónimo para muchos ciudadanos europeos de ausencia de derechos sociales, de apertura de fronteras a trabajadores extranjeros mal pagados; a entrada de mercancías confeccionadas en países sin sindicatos y de peor calidad que los nacionales… 

Pero esas mismas élites, que tienen en Bruselas a perfectos representantes de su mentalidad, siguen despreciando e insultando a los potenciales votantes de formaciones extremistas, sin hacer la diferencia entre los responsables de esos partidos y sus seguidores. Y en vez de reflexionar sobre las razones que han provocado el aumento del llamado populismo —concepto que vale ahora para todo uso—, prefieren pensar que su único error está en un discurso erróneo.

Años de políticas basadas en la comunicación, o el famoso story telling, como simple argumento, han hecho olvidar a algunos representantes políticos que muchos ciudadanos acuden a las urnas movidos por el hastío, el enfado y la desesperación que lleva a votar a los extremos, buscando con ello voltear la mesa para que las cosas cambien realmente.

“Holanda, Francia, Alemania”. El ya famoso trío de peligros decretado por el establishment va a servir para dar miedo a unos ciudadanos considerados estúpidos por los expertos en comunicación que intentan seguir convenciendo a sus jefes políticos de que agitar al supuesto demonio es el mejor antídoto para evitar malas sorpresas.

EL DESPRECIO COMO RESPUESTA

Muchos dirigentes europeos se extrañan de que sus conciudadanos desconfíen de las instituciones supranacionales y prefieran refugiarse en su territorio, y a ser posible, con fronteras "como las de antes".

¿Cómo pueden tener confianza en una institución que elije como primer mandatario al ex primer ministro de uno de los principales paraísos fiscales de Europa? ¿Cómo prestar atención a comisarios europeos que pasan a trabajar para los sectores que han combatido en cuanto dejan su puesto en Bruselas? O peor: ¿Cómo se puede pedir tranquilidad ante la ausencia de coordinación antiterrorista entre los "socios" europeos?

Pero se sigue insistiendo en despreciar las consecuencias antes de comprender las causas. Y así, en otro ejemplo de distanciamiento con la realidad, conmocionados analistas de la actualidad se ofuscan porque en países admitidos en el paraíso comunitario las urnas otorguen apoyo a formaciones consideradas "prorrusas".

A la crisis económica, a los temores de ver diluida su base cultural y al miedo al terrorismo que se expresa en Europa, muchos dirigentes continúan respondiendo con demonizaciones políticas y angelismo beato. Y pocos han decidido que habrá que intentar comprender las razones por las que muchos los ciudadanos del llamado Viejo Continente se han convertido en "extremistas", a los sesenta años de la creación del conocido como sueño europeo.


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