Palestina: palabras y resistencia


MACIEK WISNIEWSKI 


Ilán Pappe y Noam Chomsky –un historiador y un lingüista–, igual que John Berger –escritor– y Norman Finkelstein –politólogo– (véase: Palestina: juego de palabras, bit.ly/2WzaEE4), llegan en el mismo contexto palestino a la idéntica y lacónica conclusión: “las palabras importan”.

Pappe desenmascarando los mitos de Israel trabaja mucho con palabras (véase: Ten myths about Israel, 2017), buscando su verdadero significado y deconstruyendo diferentes nociones históricas que deforman al presente, p.ej.:

“que si la Biblia –la máxima, diría yo de paso, referencia en nuestro tema: “en el principio era el Verbo” (Juan 1, 1)– les otorgó la tierra palestina a los judíos, o no” (¡no!) (página 10);

o “que si en 1948 los palestinos abandonaron voluntariamente su tierra, o no” (¡no!) (página 47).

Para Chomsky es pan de cada día.

En un libro conjunto enfatizan la importancia de reconquistar el lenguaje y volver a llamar a las cosas por su nombre tratando de –subraya Pappe en uno de sus apartados– frente a los esfuerzos de Israel “que con su neolengua orwelliana oscurece la realidad”, “enterrar el viejo diccionario de ilusión y decepción lleno de entradas como ‘proceso de paz’, ‘la única democracia en Medio Oriente’ o ‘nación amante de paz’ (‘cuando Israel habla de paz en realidad está hablando de ocupación’)”, y sustituirlo con un nuevo diccionario teórico en el cual “sionismo es colonialismo”, “Israel, un Estado de apartheid” y “Nakba, una limpieza étnica”, todo mucho más fácil de hacer “una vez la ‘solución de Dos Estados’ esté finalmente declarada muerta” (On Palestine, 2016, páginas 14-15).

La misma importancia de palabras –y la responsabilidad por ellas– ha de reflejarse en las comparaciones que usamos. Precisas. Históricamente aterrizadas. Así, p.ej.:

• Si bien Israel está sobrexplotando su memoria (véase: N. Finkelstein, The Holocaust industry, 2000 o I. Zertal, Israel’s Holocaust and the politics of nationhood, 2006) no está (por supuesto) “cometiendo un ‘nuevo Holocausto’”, aunque como subraya Pappe sí “un ‘genocidio incremental’ en el gueto –¡otra palabra!– de Gaza” (bit.ly/2lLC3As);

• O si bien, según Zeev Sternhell –historiador y uno de los máximos expertos en fascismo–, Israel (por supuesto) “no es igual (o peor) que los nazis”, aunque “el Estado judío con su ideología racial y segregación legal empieza a parecerse cada vez más al Estado ario de Alemania nazi pre-1939” (bit.ly/2WsdQfY).

Curiosamente el neolenguaje orwelliano en Israel –cuyo mejor “portador” es Benjamín Netanyahu, algo que lo une con otros reaccionarios y nacionalistas étnicos como Trump u Orbán– brotó recientemente cuando éste culpó a uno de sus aliados –un bona fide fascista– por el fracaso de formar el nuevo gobierno diciendo que fue porque éste... “es de izquierda” (sic) (bit.ly/31rqpvz).

Así, no extraña que su hijo Yair incurriese en sus propios malabares lingüísticos –y una típica negación colonial (vide: G. Meir)– al tuitear que no existe tal cosa como “Palestina”, “ya que ni siquiera hay letra ‘p’ en el alfabeto árabe”; según la misma lógica –como le respondieron algunos– “uno podría decir que no hay tal cosa como ‘pueblo judío’, ya que en el alfabeto hebreo tampoco hay letra ‘j’” (bit.ly/30MRQj5). Si esto suena como una tontedad, no lo es.

Es el mismo lenguaje de limpieza étnica y “extraordinaria restructuración lingüística colonial” por parte de Israel que implicó el cambio de nombres de casi todos los pueblos y lugares palestinos a fin de –como recuerda Susan Abulhawa– negar la existencia de la población autóctona (bit.ly/1RyZGkK).

Si esto suena como una nimiedad, no lo es. El lenguaje es herramienta de apropiación (piensen p.ej. como humus, tabule o zataar ya son especialidades de la cocina israelí).

Pero las palabras son también un medio de liberación –de allí la importancia del “nuevo diccionario” del que hablan Pappe y Chomsky– y una herramienta de resistencia –“un acto de la recreación de uno mismo”, algo a menudo ignorado cuando se habla p.ej. de lo que pasa en Gaza (bit.ly/2Wp22PD)–, hoy la única respuesta posible (bit.ly/2wPbugJ) frente al Deal of the Century trumpiano (a.k.a. “la solución final de la cuestión palestina”).

Ni siquiera aún publicado, el Deal –el más reciente ejercicio colonial de ir cambiándoles nombres a las cosas y lugares (que por otro lado por fin cancelaría la “ilusión de Dos Estados”...)– dados los calendarios electorales en Israel y Estados Unidos bien podrá nacer muerto o tendrá que cambiar de nombre: Deal of the ‘Next’ Century (bit.ly/2wrT4T7).

Sea como fuere. El viejo Uri Avnery, escribiendo de la (casi) imposible situación en la que se encuentra Palestina –desde su óptica mucho más “blanda” que p.ej. la de Pappe, pero igual inherentemente crítica– apuntaba que, a pesar de que los asentamientos ilegales avanzan inexorablemente, los palestinos poseen un arma mucho más poderosa que Israel: la paciencia (bit.ly/2MDLXSk).

“Paciencia” será aquí simplemente, supongo, otra palabra para “resistencia”. Que igual que otros pueblos árabes, están acostumbrados a esperar –vide: la longue durée de su historia frente a la relativa poca duración de Israel– y aguantar (incluso varias generaciones) hasta que las condiciones cambien y le sean más favorables. Una estrategia –a la larga– muy efectiva. ¡Ojalá! (por cierto: una palabra de raíz árabe).


(*) Maciek Wisniewski es periodista polaco. Twitter: @MaciekWizz

No hay comentarios

Tus datos (entre los que puede estar tu dirección IP), brindados voluntariamente al comentar, son gestionados desde el panel de Blogger y almacenados en los servidores de Google. Puedes leer además nuestra Política de privacidad.

Con la tecnología de Blogger.