¿Mandan los presidentes?


MARCELO COLUSSI 


Es una creencia repetida hasta el cansancio que los presidentes, los mandatarios en sentido amplio, en este engendro confuso y perverso que se nos muestra como “democracia” en el marco de los sistemas capitalistas (pretendidamente gobierno del pueblo), son los que mandan. Eso es lo que machaconamente nos reitera la ideología dominante, repetida hasta la saciedad a través de todos sus mecanismos de aculturación: escuela, medios masivos de difusión, iglesias, sentido común.

Esta idea, absolutamente cargada de una ideología antipopular, mezquina y entronizadora del individualismo, ve la historia como producto de los llamados “grandes hombres”. Vale la pena, al respecto, repasar esa maravillosa poesía del dramaturgo alemán Bertolt Brecht “Preguntas de un obrero que lee”. Allí, mofándose de esa creencia centrada en los “grandes” personajes, entre otras cosas, se pregunta: “César derrotó a los galos. ¿No llevaba siquiera cocinero?

La historia es una muy compleja concatenación de hechos, siempre en movimiento, donde el conflicto, el choque de elementos contrarios es lo que la dinamiza. De ahí que un pensador decimonónico -hoy tratado (infructuosamente) como “pasado de moda” y en realidad más vivo que nunca, Carlos Marx, pudo decir: “la lucha de clases es el motor de la historia”.

Aunque cierto pensamiento conservador, de derecha, pueda horrorizarse ante esa formulación y pretenda seguir viendo en esos “grandes hombres” (¿no hay grandes mujeres también?) los factores que mueven la humanidad -por lo que llaman al “pacto social”, a la “negociación de las diferencias con los pies más sobre la tierra-, uno de los actuales super archimillonarios del mundo, el financista estadounidense Warren Buffet (127,000 millones de dólares de patrimonio), dijo sin tapujos:

“Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando”. Y que no anide la más mínima duda: ¡Warren Buffet es de derecha! Pregunta complementaria, que se debe articular con el título de este escrito: ¿son los millonarios quienes producen sus millones, o son las grandes masas trabajadoras quienes lo hacen?

Debe quedar claro, de una buena vez por todas, que la historia no la hacen los personajes, no depende de “una persona” en particular; la historia la hacen las grandes mayorías en su dinámica social. Los personajes, como diría Hegel, son parte de un infinito teatro de marionetas. Los personajes pueden contar: no es lo mismo un pusilánime pelele como George Bush hijo (marioneta de otros poderes), que un estadista como Vladimir Putin (con el que se podrá coincidir o no, no importa, pero que tiene un peso decisivo en la Rusia post soviética; o que Fidel Castro, por ejemplo, o un líder carismático como Mahatma Ghandi.

Alvaro Arzú, hombre fuerte de la política guatemalteca durante varias décadas y conspicuo exponente de la oligarquía nacional, no es lo mismo que el presidente saliente, Jimmy Morales, comediante de segunda devenido presidente por avatares del destino. Pero esos “hombres” no deciden todo, en absoluto. Los mandatarios, en las democracias capitalistas, son una expresión de los verdaderos factores de poder, detentan la propiedad de los medios de producción: tierras, empresas, banca. ¿Quién da las órdenes a quién? Si nos quedamos con la idea -falsa y equivocada- de “grandes hombres”, o de que los presidentes son, efectivamente quienes mandan no entendemos lo que es la marcha de la historia.

Veamos un par de ejemplos para graficarlo: un país pobre como Guatemala, una potencia económico-político-militar como Estados Unidos, o un país socialista como Cuba.

En Guatemala regresó, luego de años de sangrientas dictaduras militares, esto que se llama democracia en el año 1986. Ya han pasado numerosos gobernantes desde entonces, “elegidos democráticamente”: Vinicio Cerezo, Jorge Serrano Elías, Álvaro Arzú, Alfonso Portillo, Oscar Berger, Álvaro Colom, Otto Pérez Molina, Jimmy Morales, más dos que llegaron por mecanismos administrativos: Ramiro de León Carpio y Alejandro Maldonado. ¿Algún cambio para las grandes mayorías populares? ¡Ninguno!

Ahora llega uno nuevo: Alejandro Giammattei; ¿puede esperarse algo nuevo con él? Más allá de la esperanza, sana y razonable, que se puede tener ante cualquier cambio de cara, la realidad lo indica: sigue la pobreza, la exclusión de los pueblos originarios, el patriarcado, la corrupción y la impunidad. El 60% de población está en situación de pobreza; el 50% de niñez desnutrida o el 20% de analfabetismo no lo corrige “una” persona, más allá de la buena voluntad que pueda tener (y parece que no la tienen).

Son los detentadores de otros poderes, que no necesitan sentarse en la silla presidencial, quienes deciden: la rancia oligarquía “de linaje”, heredera de los privilegios coloniales, más un empresariado moderno surgido en el siglo XX y, sobre ellos, el representante del gobierno imperial de Estados Unidos, que hace del subcontinente latinoamericano su zona de influencia “natural”.

Veamos otro ejemplo: Estados Unidos. Tomemos a los últimos presidentes de estas décadas: John Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, James Carter, Ronald Reagan, George Bush padre, Bill Clinton, George Bush hijo, Barack Obama, Donald Trump. ¿Qué cambió en lo sustancial para el ciudadano estadounidense medio (Homero Simpson), o para nosotros en Latinoamérica, su virtual patio trasero? Nada.

Estados Unidos, no importa con qué gerente, siguió siendo una potencia rapaz, belicista, imperialista. Quien toma las decisiones finales -en general, en las sombras- sin que el gran público lo sepa, y mucho menos pudiendo incidir en ello. Son las grandes corporaciones ligadas a los principales rubros económicos: el complejo militar-industrial (que inventa guerras a su conveniencia: 2,000 dólares por minuto de ganancia), las compañías petroleras, los megabancos, la industria química, la narcoactividad (que no es cierto que sea un negocio solo de narcotraficantes latinoamericanos: ¿quién la distribuye y lava los activos en el Norte?)

Cuba socialista: murió el dirigente histórico de la revolución, el Comandante Fidel Castro, y ya consolidado el proceso socialista, es el pueblo cubano, defensor de su revolución, quien mantiene altivo el proceso.

Conclusión: pese a lo que la ideología individualista presenta, debe quedar claro que la historia la hacen las masas, las grandes mayorías, los pueblos en su movimiento. Los conductores son una expresión de ese movimiento. En el capitalismo, el presidente de turno (¿gerente?, ¿administrador?, ¿capataz?) no es sino un mandatario de los grandes poderes económicos. Si lo olvidamos, olvidamos que la historia es la dinámica de luchas de clases sociales enfrentadas y chocando continuamente.



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