‘Money, money, money...’


MACIEK WISNIEWSKI 



Una imagen vale más que mil palabras. Finales de enero, Casa Blanca, Washington. Donald Trump y Benjamin Netanyahu dos grandes machers de la política global –el primero (todavía) bajo el impeachment, el segundo investigado por corrupción y soborno− presentan la “Tranza del Siglo”, ¡ejem!, el Acuerdo del Siglo (The deal of the century), el gigantesco y descarado plan de robo de tierras palestinas −sin que ningún palestino fuese consultado en su diseño ni presente en su estreno− disfrazado de “iniciativa de paz”.

¿Qué mejor instantánea de nuestro tiempo político?

Cuando D. Yearsley había sugerido que un perfecto soundtrack para el –finalmente fallido− proceso de destitución de Trump habría sido una pieza de John Adams (bit.ly/2H0a9J6) −que de hecho tiene toda una ópera sobre el bochornoso affaire del secuestro de Achille Lauro que causó revuelo por ser “demasiado condescendiente al terrorismo palestino” (bit.ly/2GWydwa)−, yo ya empecé a imaginarme una perfecta banda sonora para el –aún pendiente (bit.ly/37MkCms)− proceso de Netanyahu. Algo mucho más plebeyo.

¿Qué tal “Money, money, money...” de ABBA?

Este, de hecho, podría ser igualmente el fondo para toda la “Tranza del Siglo”. Reflejaría bien la mentalidad de sus autores: del multimillonario Trump, de su oficial “arquitecto”, su multimillonario yerno J. Kushner y del gran amante de lujos, Netanyahu, ya que las principales líneas del plan parecen recortadas de uno de sus libros (bit.ly/2uLg7uW). Enfatizaría el meollo de toda esta farsa que se resume a que los palestinos por fin dejen de lado todas estas “demandas irracionales” −un Estado soberano, el fin del colonialismo israelí, etcétera− y acepten el dinero del “paquete económico” para vivir finalmente –confinados a sus bantustanes concedidos por Israel y Estados Unidos de manera tan generosa− “una vida próspera”.

Puede ser con un support de Liza Minelli y su (casi) homónima canción Money, money – Money makes the world go round, the world go round...− del clásico musical Cabaret (1972), ambientando –sin casualidad diría yo− en el auge del nazismo (bit.ly/2v3zleV). Herr Trump y su naciente fascismo estadunidense (véase: J. Stanley) und Herr Netanyahu y su peculiar versión israelí (véase: Z. Sternhell) justifican bien la selección.

Sí, vivimos en un Weimar global, una entidad destinada a fracasar, pero también en un Trumpistán donde todo –incluso la dignidad− parece tener su precio.

Cualquiera que miraba con atención lo veía venir desde hace tiempo.

El buen Robert Fisk al ver la primera probadita del plan –Israel sin respetar las fronteras de 1967 se queda con toda Jerusalén (declarada “capital israelí indivisible” por Trump), todos los asentamientos ilegales (declarados “legales” por Trump) y el Valle de Jordán− remarcó que si antes la fórmula era “la tierra por la paz”, ahora es “cash por la paz, una quintaesencial solución trumpiana” (bit.ly/3bERgJz).

En la “Tranza del Siglo” –que niega la justicia a los refugiados palestinos y la igualdad a los palestinos-ciudadanos israelíes− la autodeterminación es un término económico, no político (bit.ly/2wmdX5j). Como si esta −independientemente de su forma− fuera posible bajo la ocupación que el plan, de hecho, legaliza poniéndole no más un poco de dinero encima prometiendo “prosperidad” y “gran crecimiento” al sector privado palestino, aunque –esto ya lo dijo Hanan Ashrawi que en su momento chocó fuerte con Arafat por llevar a Palestina a la tragedia de Oslo (véase: A. Shlaim, Woman of the year, en: Israel and Palestine, 2009, p. 211-223)− “pensar que los palestinos renunciaremos a nuestros derechos y libertad por una mítica ‘paz económica’, son castillos en el aire” (bit.ly/2P0c2tI).

Otra vez: cualquiera que miraba con atención lo veía venir desde hace tiempo.

Fueron los Acuerdos de Oslo (1993) firmados en el clímax del neoliberalismo –asimilado de hecho en una situación colonial por la dirigencia palestina (bit.ly/36N4Ffi)− que aparte de darle tiempo a Israel para robar más tierra, convirtieron la liberación de Palestina –bien apunta Joseph Massad, el discípulo del gran E. W. Said− en mero empoderamiento de sus empresarios y aparato de seguridad (bit.ly/2GQeheI).

De hecho fue el propio empresariado palestino que convenció a Arafat de firmar a Oslo, propagando –en coro con ideólogos estadunidenses e israelíes− las quimeras del maná neoliberal y prosperidad para todos –“Dubai en Cisjordania”/”Singapur en Gaza”−, recalentados hoy por Kushner & Company.

El Acuerdo del Siglo –en esencia un “business plan” y la vez el “business as usual”− es culminación de todo esto (tarde o temprano algunos sectores palestinos que se lucran de la ocupación y lazos financieros con Israel lo suscribirán).

Cualquiera que miraba con atención se acuerda también cómo el candidato Trump se declara en 2016 “neutral” (sic) en el conflicto israelí-palestino hasta que le cae el veinte que una megagenerosa donación a su campaña por un cierto magnate casinero “el rey de Las Vegas y el príncipe de Macao” que también es... el principal soporte de Netanyahu –“su dueño” decía el viejo Uri Avnery (bit.ly/2STiJ1A)− es condicionada con “tomar un partido”.

Allí estamos de vuelta a nuestra imagen: dos políticos con problemas legales, en antípodas del derecho internacional, ambos en campañas de relección, con el mismo padrino financiador, presentan un plan de atraco a todo un pueblo desposeído. Zeitgeist.



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