Pandemia: una mirada amplia


JORGE EDUARDO NAVARRETE


Desde principios de junio –al más o menos alcanzarse el primer semestre en que la pandemia ha sido, con mucho, la mayor de las preocupaciones globales– fue perceptible un giro del enfoque dominante en las notas y comentarios difundidos en la prensa internacional: del examen de la evolución de la pandemia, aún en fase expansiva, aunque con marcadas variantes territoriales, la atención se movió a las primeras acciones de abandono progresivo de las medidas de contención y de reanimación de actividades suspendidas. Por momentos, se tuvo la impresión de que el mundo volteaba la página del Covid-19 para llevar la atención a la restauración de una normalidad a menudo motejada como nueva o diferente. Se advirtió enseguida lo prematuro del giro, pues si bien la pandemia había sido controlada a corto plazo en unas cuantas sociedades avanzadas, seguía extendiéndose en vastas áreas del planeta y en su alcance global. Mientras que entre el 22 y el 30 de mayo se sumaron en el mundo 824 mil nuevos casos confirmados y 35 mil decesos, en los nueve días siguientes (31 de mayo a 8 de junio) ambas cifras fueron superiores: 1.1 millones y 38 mil. La pandemia, como señaló la Organización Mundial de la Salud (OMS), se encuentra en fase aguda, quizá no la más aguda todavía.

Sin embargo, se requiere una mirada más amplia, con enfoques y puntos de vista variados. A explorar algunos de éstos se destina el número de verano de 2020 de Finanzas y Desarrollo, la revista trimestral del FMI, bajo el tema general de “Políticas, política y pandemias”. Gloso en esta nota algunos de sus artículos a partir de la edición en inglés, ya que la versión al castellano aún no aparece.

El más prominente, The political economy of economic policy, escrito por Jeffrey Friden, profesor de gobierno en la Universidad Harvard, parece aludir al tan socorrido debate de la conveniencia de abordar la formulación de la política económica desde el ángulo más amplio de la economía política. Al señalar que es incorrecto insistir, como tantas veces se ha hecho, en que la pandemia tomó al mundo por sorpresa, señala que, en el curso del presente siglo, fueron varias las advertencias sobre el riesgo de este tipo de calamidades y la necesidad de sumar aprestos. Sin embargo, “para los gobiernos es a menudo difícil destinar fondos ahora para financiar políticas cuyos beneficios sólo se advertirán en un plazo largo (e indeterminado), como la prevención y preparación ante los riesgos de salud pública”.

En estos primeros meses, señala Friden, “las respuestas gubernamentales a la pandemia ilustran las dificultades que enfrentan las políticas de cooperación multilateral. Una pandemia global exige una respuesta global: los virus no respetan fronteras. Una respuesta internacional coordinada es sin duda la mejor forma de responder a una emergencia internacional de salud pública. Pero, sujetos a las presiones de sus propios electores, los responsables de política han desviado recursos destinados a otras naciones, prohibido las exportaciones de alimentos y medicamentos y acaparado suministros esenciales. Cada una de estas acciones –por popular que pueda ser para las opiniones públicas nacionales– impone costos sobre terceros países. En última instancia, la ausencia de cooperación empeora la situación de todos. Si bien las instituciones multilaterales, como la OMS, intentan coordinar una respuesta global cooperativa ante la crisis mundial, pueden resultar impotentes ante las poderosas presiones políticas nacionalistas”. Sin duda, Friden escribió estas líneas antes de que Trump decidiera demostrar –con sus irresponsables acciones de retiro unilateral de contribuciones y, en sus palabras, “rompimiento de relaciones” con la OMS– cuán acertado resultaba su análisis.

Un segudo artículo de particular interés –Life lines in danger, de Ralph Chami y Antoinette Saye, funcionarios ambos del FMI– aborda el tema de la afectación de las remesas de trabajadores migratorios provocada por la pandemia. En una visión de alcance global, como la que presenta ese texto, no deja de sorprender, por sabida que sea, la enorme importancia cuantitativa de estos flujos. El impacto de la pandemia será demoledor y coincidirá con el efecto negativo de ésta sobre las economías receptoras: “Los países receptores perderán una fuente importante de ingreso y de recaudación en los momentos en que más se necesitan”. El Banco Mundial estima, para 2020, una caída de 100 mil millones de dólares respecto del año precedente, “que lesionará los equilibrios comercial y presupuestario, así como la capacidad de las naciones para atender su deuda”.

A más largo plazo, “una crisis prolongada aumentará la presión sobre los mercados laborales de los países ricos” y los migrantes no sólo perderán el empleo, sino también su estatus migratorio y podrán ser repatriados en momentos en que la pandemia “habrá reducido los incentivos de otras naciones para recibir migrantes”.



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