Tres despachos sobre la cuestión nacional


MACIEK WISNIEWSKI 


I

Lenin. Lo primero es lo primero: el máximo dirigente bolchevique y el fundador de la URSS –ojo: el único país en la historia cuyo nombre no hace referencia a un territorio ni un pueblo en particular– es ante todo un internacionalista. La mayor parte de su vida pasa en el exilio (Múnich, Londres, París, Kraków, Zúrich, Helsinki). La Revolución Francesa, la Comuna de París forman parte más de su imaginario que la historia de Rusia (goo.gl/vrb1Zm). En 1914, mientras otros socialdemócratas adoptan la “línea patriótica”, él no entiende cómo los obreros pueden matarse entre ellos en vez de luchar contra el capital o sus burguesías nacionales. Llama a una “tregua de clase”, a su regreso de Finlandia, a “fraternizarse con los enemigos” y al tomar el poder, a “darle la paz a todos los pueblos”. Su objetivo: extender la Revolución más allá de todas las fronteras. No obstante tras el desdeño inicial –y el camino sinuoso a ella (1912-1922)– abraza la “cuestión nacional”. Rusia zarista es un imperio multinacional –“la prisión de las naciones”– y él necesita “aliados nacionales”. Se distancia del “internacionalismo abstracto” (Bujarin/Radek). Distingue entre nacionalismos de los oprimidos y los de los opresores. Pregona el derecho de autodeterminación. Es en la “cuestión nacional” donde mejor se refleja el carácter antimperialista y anticolonial de la Revolución que inspira la mayor insurrección de pueblos dominados desde la era de los libertadores en las Américas (y luego inspirará la ola de descolonización después de la Segunda Guerra). Lenin –apunta T. Krausz– es el primer marxista que entiende bien la “cuestión colonial”: va más allá del eurocentrismo (Segunda Internacional), basa su enfoque en un modelo teórico de la división tripartita del sistema mundial y su “ley de desarrollo desigual” (Reconstructing Lenin, 2015, p. 165). Aun así E. Blanc tiene razón: los bolcheviques llegan a entender la “cuestión nacional-colonial” –mejor así– en las periferias del zarato demasiado tarde; otra razón por la que la Revolución no se extiende y empieza degenerar (goo.gl/hFKie6).

Rosa. Si hay una frase sobre R. Luxemburgo repetida sin fin es ésta: “Mientras mucha parte de su pensamiento sigue vigente, su mala valoración de la ‘cuestión nacional’, algo que demuestra por ejemplo la descolonización, no sobrevive la prueba del tiempo...”. Después de Fanon todos somos sabios. Pero lo que –en esencia– dice Rosa es que el capitalismo es necesariamente global (no “nacional”) y que la lucha debe ser contra el capital (no por los “estados independientes”). El lugar desde dónde habla también cuenta: no es sólo que su Polonia natal está repartida entre Alemania, Austria-Hungría y Rusia, y así “mejor afianzar el sentimiento internacionalista”. Es que conoce el “tóxico” nacionalismo polaco –típicamente centroeuropeo, “étnico/exclusivista”– que considera “intrínsecamente reaccionario”. Por eso se distancia del propio Marx (independencia de Polonia era su idée fix) y –desde el principio (goo.gl/3twNki)– de otros socialistas polacos obsesionados con lo que hoy sería “identitarismo”, pero desinteresados en cuestiones de clase. Cuestiona incluso el “derecho de autodeterminación”. ¿Polonia independiente? Bien. Sólo si la Revolución triunfa en Rusia, Austria, Hungría, Alemania (a lo que Lenin le reprocha no distinguir entre guerras imperiales y las de liberación nacional). Pero cuando en 1918 Polonia recobra la independencia bajo el “derecho de autodeterminación” propuesto por... las potencias occidentales y se “autodetermina” tal como siempre le gusta más –reaccionaria y autoritaria– el líder bolchevique acaba comiendo –hasta cierto punto– la sopa de su propio chocolate. Sin otra opción para ayudar a la revolución alemana que mandar el Ejército Rojo a través de Polonia acaba derrotado por el triunfante nacionalismo polaco. Esto se llama realmente la “mala valoración de la cuestión nacional”.

Austromarxismo. Curioso: desde el principio uno de los bolcheviques dice que aquella empresa –la invasión de Polonia (1920)– “está destinada a fracasar”. ¿Quién? Stalin, no en vano “experto en nacionalismos”. Es georgiano –mientras sus camaradas mayoritariamente rusos–, encima autor de una simplista pero “instructiva” obra sobre el tema: El marxismo y la cuestión nacional (1913). Para escribirla el mismo Lenin lo manda incognito a Viena (como no habla alemán se lleva de traductor al pobre Bujarin). Los austromarxistas –O. Bauer y K. Ranner– son los teóricos más avanzados en temas culturales –algo inusual para su época– y el multinacional Imperio de los Habsburgo –liberal comparado con el de los Romanov– el centro del debate sobre esto. Su idea principal –recuerda G. M. Tamás– es “contener” lo nacional/étnico en los márgenes del imperio promoviendo autonomías culturales (en lugar de “autodeterminación”) y mantener la política libre de estas tensiones, centrada –de preferencia– en cuestiones clasistas y universales (goo.gl/WoDz93). Los bolcheviques quedan atraídos por este modelo –tomando una posición intermedia entre Bauer que tiende a sobrevalorar la cultura y Rosa que la ignora– hasta el repentino giro de austromarxistas hacia el “socialpatriotismo” (1914). ¡Tanto que escribían sobre los peligros del nacionalismo y de cómo neutralizarlo que acabaron abrazándolo! Años más tarde Stalin abandonando la inicial política bolchevique de más apertura a la “cuestión nacional-colonial” y retrocediendo al chovinismo gran-ruso –¡Ucrania!– sufre un giro parecido.

Coda. Si alguien ya dijo “Fanon”, que pensar en él sea un pequeño addendum:

“La ‘conciencia nacional’ que no es nacionalismo, es la única que nos puede dar una dimensión internacional” (F. Fanon, Los condenados de la tierra, 1961, p. 226).

“Es el primer gran teórico antimperialista al notar que el nacionalismo ortodoxo hace el juego al imperialismo que concediendo la autoridad a las burguesías nacionales extiende su hegemonía” (E. Said, Culture and imperialism, 1994, p. 326).

Y también “el primer pensador radical al apuntar a los peligros del ‘nativismo’ para los movimientos descolonizadores que pasan del nacionalismo al chovinismo, racismo y tribalismo” (goo.gl/QZD3P7).

Si con la Primera Guerra “la violencia colonial llega a casa” (R. Luxemburgo dixit), con la crisis y la ola de neo-nacionalismos lo hace también “el tribalismo postcolonial” (miren la Europa Central, miren a Trump).


II

Cataluña. ¿Casualidad? ¿Pura “cosa de fechas” (100 años de la Revolución 1917-2017)? Mirar la crisis catalana desde autodeterminación o colonialismo interno –que igual no es todo el espectro (goo.gl/RPyiAF)– y pensar en Lenin es mucho más. ¿La mejor muestra de la diferencia entre un “nacionalismo opresor” y un “nacionalismo oprimido”? El choque “‘chovinismo gran-español’ vs independentismo catalán”. Mientras el primero –diría Lenin y sabría a cuál apoyar– se asienta en la dominación –¿”España, la prisión de las naciones”?– e ideas (post)imperiales –“España, una patria, una bandera, un idioma”, porque “el idioma es el compañero del imperio” (sic)–, el segundo tiene un potencial emancipador (pero no es ninguna garantía). De hecho la posición de Lenin hacia autodeterminación frente a un rotundo “no” de Rosa tampoco es un “sí” a cualquier secesión (hay que ver condiciones específicas, sopesar intereses del proletariado nacional e internacional, no todas naciones quieren formar un Estado). Además, la independencia –y eso es puro pensar en Cataluña mediante Lenin– significa diferentes cosas para diferentes clases: para la clase media catalana, “mejor marco económico”; para la clase trabajadora –muy dividida, igual que la izquierda, en este asunto (sic)– chance de posicionar las demandas sociales (goo.gl/AcYXfr). Sea como fuere la izquierda institucional que se niega a abrazar la independencia catalana –bien apunta G. López y Rivas– simplemente ignora las lecciones concretas de Lenin (goo.gl/q1r1bs). S. Zizek apunta también a un lamentable “correlacionismo político” en obra: una vez uno se entera de la posición de su enemigo, toma la postura contraria. O sea: Putin –que de hecho odia a Lenin “por dejar la puerta a autodeterminación y facilitar la desintegración de la URSS”– está en favor (sic), así que según la izquierda liberal europea hay que estar en contra, un “infantilismo” que en su época el mismo líder bolchevique rechaza. En fin: mientras apoyar los separatismos que afecten a Rusia está bien, “atentar contra la integridad de España está mal” (goo.gl/PHm2Y9).

Ucrania. Lenin –ya se dijo– no tiene estos problemas. A pesar de que la independencia de Ucrania es la idée fix de potencias centrales y parte de su estrategia para debilitar la Revolución, también él quiere que sea independiente si así lo desea. El país –a pesar de haber intentado– al final no se independiza, pero gracias a la concedida por él “soberanía de unidades nacionales” de la URSS evita su absorción por Rusia y en 1991 por fin sale por la puerta de autodeterminación. Su “conciencia nacional” y cultura nacen, crecen y florecen de hecho en tiempos de la inicial apertura bolchevique a la “cuestión nacional”. Tanto Lenin (goo.gl/S6Gmro) como Stalin (goo.gl/KFd44o) pueden reclamar el crédito por ello, si bien este último abrazando luego el “chovinismo gran-ruso” hace todo para borrar “lo nacional” en Ucrania (actitud –subraya S. Zizek– emulada hoy por Putin). Ciertos paralelismos con Cataluña aparecen –otra vez– en grietas entre la izquierda (con unos que abogan por la independencia catalana invocando a Lenin, pero que piensan en Ucrania –sobre todo tras la crisis de 2014– como “zona de legítima influencia rusa”, ignorando que sus lecciones se referían a... ella) y en la historia. Allí está V. Antónov-Ovséyenko, un militar y bolchevique étnicamente ucranio de corriente “internacionalista” más cercano a Trotsky, que el 7 de noviembre comanda el asalto final al Palacio de Invierno (!), luego dirige el frente ucranio en la Guerra Civil y acaba como cónsul soviético en la sumergida en la Guerra Civil Barcelona –con todo lo nefasto que Stalin hace allí...– donde aplaude el soberanismo de L. Companys, habla de Cataluña como “Ucrania española” (sic), es “más catalán que los catalanes” (J. Negrín dixit), pero que... al independentismo ucranio trata como una anatema.

Europa. Si “un fantasma recorre Europa –parafraseando por enésima vez aquel inmortal pasaje–, el fantasma de los ‘neo-nacionalismos’”, entonces son los austromarxistas (véase: parte I) –y no por ejemplo Lenin–, que al final tienen la razón. Contrario a los bolcheviques que aludiendo al propio Manifiesto Comunista creen que el capitalismo “paulatinamente irá diluyendo ‘lo nacional’”, O. Bauer insiste que sólo lo fortalecerá. Encima, a 100 años de la Revolución los gobiernos neoautoritarios en Mitteleuropa, herederos políticos de los Blancos –Kaczynski, Orbán, Babiš et al.– hacen justamente lo contrario que ante la amenaza nacionalista “recetaban” los austromarxistas: sacan “‘lo nacional’/étnico” al frente convirtiéndolo en el principio rector de la política. Con el paso del neoliberalismo –subraya G. M. Támas– en Europa Central el “etnicismo” (ni siquiera el nacionalismo que tiene una dimensión cívica) se convierte en la principal (y falsa) oposición al sistema, que “convoca a los que resienten el neoimperialismo de las multinacionales y la subyugación ante organizaciones internacionales” (goo.gl/WoDz93). También los secesionismos en la era neoliberal tienen menos que ver con anticolonialismo y antimperialismo verdadero y más con “chovinismo económico” (y cultural). El independentismo catalán –el “menos nocivo”– no es diferente. B. Kagarlitsky exagera (un poco). Pero a la vez tiene razón al apuntar a un robusto componente independentista (centro-derecha/clase media) que se siente “oprimido” porque “tiene que pagar a la caja central en Madrid”, “financiar a los andaluces perezosos” y sueña con “liberarse y ser una ‘Suiza ibérica’”, propinándole un golpe final a los restos del Estado redistributivo, algo parecido a lo que describía Rosa advirtiéndole a la izquierda de” no aliarse con la pequeña burguesía de las pequeñas naciones” (goo.gl/XZUNue).

Coda. A pesar de algunos prejuicios por fortuna no todas las explosiones de “sentimientos nacionales” son lo mismo –¡viva el “diagnóstico diferencial”! (goo.gl/ndjgx2)– a pesar de sus contradicciones:

responden a impulsos legítimos (la crisis, la austeridad), aunque se revisten de racismo, xenofobia e islamofobia (UE);

tratan de liberarse de un imperialismo, aunque caen en otro (Ucrania);

recogen demandas legítimas (autodeterminación, anticolonialismo), aunque bordean con “tribalismo codicioso” (Cataluña).

A 100 años de la Revolución la “cuestión nacional-colonial” es tan diferente y sin embargo tan igual.


(*) Maciek Wisniewski es periodista polaco [Twitter: @MaciekWizz]


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