Redes sociales e ideología


MARCELO COLUSSI 


En algún Congreso sobre Medios Alternativos se afirmaba: “La evolución de la Web, el surgimiento de los medios alternativos, las redes sociales de Internet, así como los blogs y wikis, crean nuevas posibilidades para la comunicación social y política. Este nuevo escenario comunicativo a nivel internacional demanda cada vez más la creación de condiciones para maximizar su aprovechamiento”.

Sin caer en empobrecedores maniqueísmos, valoraciones moralizantes o triunfalismos exagerados, digamos que estas nuevas tecnologías ofrecen interesantes posibilidades –si lo pensamos desde una perspectiva transformadora, revolucionaria, incluso–, si no perdemos de vista, a la par, sus peligros latentes. El reto consiste en cómo navegar en esas aguas y llegar a buen puerto.

Las llamadas Tecnologías de la Información y Comunicación –TICs– son especialmente atractivas, y con facilidad pueden tornarse adictivas (la necesidad de comunicación puede devenir una “adicción”, máxime si ello es inducido, como sucede efectivamente).

En una investigación realizada en Guatemala sobre el tema, se preguntó a jóvenes usuarios -de distinta extracción social, sexos y edades entre 17 y 25 años-, qué harían si estuvieran haciendo el amor y recibieran una llamada a su teléfono celular. Muchos de ellos (alrededor de un 75%) respondieron, sin dudarlo, que contestarían, lo cual indica que indudablemente nos hallamos frente a un importante cambio de actitudes.

Estamos invadidos por una cultura del uso de lo digital; se nos ha dicho, incluso interesadamente, o no, que la llamada “primavera árabe”, por ejemplo, fue desencadenada por una catarata de mensajes de texto transmitidos desde los teléfonos móviles y las llamadas redes sociales. ¿Las nuevas revoluciones, entonces, se construirán sobre la base de realidades virtuales que movilizan a las masas?

En Guatemala los movimientos cívicos anticorrupción de 2015, que terminaron sacando del poder al presidente y la vicepresidenta, fueron generados casi exclusivamente a través de las redes sociales (luego se supo que existió una monumental manipulación: se creó una multitud de perfiles falsos desde los cuales se lanzaron las convocatorias).

Dejamos a un lado el análisis político pormenorizado, tanto del movimiento de los pueblos árabes como lo puesto en juego en Guatemala -ya que no es el espacio adecuado para tratarlo-, pero no podemos menos que admitir que esas nuevas modalidades comunicacionales tienen una fuerza decisiva. En la actualidad vivimos una cierta entronización de lo digital que puede inducirnos a considerarlo una panacea. De todos modos -más allá de la interesada prédica que identifica a las TICs como una nueva y pretendida solución universal-, es indudable que se están tornando imprescindibles.

Estar “conectado”, estar todo el tiempo con el teléfono celular en mano, mantenerse pendiente del mensaje que puede llegar desde de las redes sociales, del chat, constituye un hecho culturalmente novedoso. ¿Quién perteneciente a una generación anterior respondería afirmativamente a la pregunta antes citada, respecto a la intimidad de su vida sexual y el uso de un teléfono?

La definición más ajustada para un teléfono celular (lo mismo se podría decir de las TICs en general) es que, si se dispone del equipo en cuestión -teléfono, computadora, acceso a internet- se está “conectado”, lo cual equivale a “estar vivo”. Definitivamente todas estas tecnologías van mucho más allá de una moda circunstancial: constituyen un cambio cultural profundo, una modificación en la conformación misma del sujeto y, por tanto, de los colectivos, de los imaginarios sociales con que se recrea el mundo.

Ello nos plantea forzosamente una pregunta: ¿constituyen también un arma política? ¿Son un instrumento más para el cambio social? La revolución socialista (pensemos que eso, aunque hoy día esté supuestamente “pasado de moda”, sigue siendo una posibilidad) ¿puede beneficiarse de tales instrumentos? Lo importante es destacar que esa penetración que tienen las TICs no resulta casual. Si atraen de esa manera, es por algo. Como mínimo se podrían señalar dos características: a) están ligadas a la imagen, y b) promueven la interactividad en forma perpetua.

La imagen juega un papel muy importante en las TICs. Lo visual, cada vez más, pasa a ser definitorio. La imagen es masiva e inmediata, abarcadora y elocuente en un golpe de vista. Ello fascina, atrapa, pero al mismo tiempo reduce las posibilidades de reflexión. “La lectura cansa. Se prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen sintética. Ésta fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí mismo”, se queja amargamente Giovanni Sartori [1].

Lo cierto es que el discurso y la lógica del relato por imágenes están modificando la forma de percibir y el procesamiento de los conocimientos que tenemos de la realidad. Hoy por hoy la tendencia es ir suplantando lo racional-intelectual, dado en buena medida por la lectura, mediante esta nueva dimensión de la imagen como nueva deidad.

Junto a ello cobran similar importancia la fascinación de una respuesta inmediata que permite estar conectado en forma perpetua, la interactividad, la respuesta siempre posible desde ambas vías, recibiendo y enviando todo tipo de mensajes. La sensación de ubicuidad cobra presencia, con la promesa de una comunicación continua, amparada en el anonimato que confieren en buena medida las TICs. (Muchos “tímidos” consiguen pareja por esa vía. Eso es un hecho. Además, a partir de ese anonimato, cualquiera puede permitirse opinar, decir lo que jamás diría cara a cara, insultar, provocar, etc., etc.).

La irrupción de esas tecnologías abre una nueva manera de pensar, de sentir, de relacionarse con los otros, de organizarse; en otros términos: cambia las identidades, las subjetividades. ¿Quién hubiera aceptado algunas décadas atrás que prefería contestar el teléfono fijo a seguir haciendo el amor?

Hoy día la sociedad de la información, por medio de estas herramientas, nos sobrecarga de referencias. La suma de conocimiento, o más específicamente de datos de que se dispone es fabulosa. Pero tanta información acumulada, para el ciudadano de a pie y sin mayores criterios con qué procesarla, también puede resultar contraproducente. Puede afirmarse que existe una sobreoferta informativa. Toda esa saturación y superabundancia de ¿información?, y su posible banalización, se ha trasladado a la red, a las TICs, inundándolo todo.

De una cultura del conocimiento y su posible apropiación se puede pasar sin mayor solución de continuidad a una cultura del divertimento, de la superficialidad. Las TICs permiten ambas vías. Se ha hablado, entonces, de intelicidio. Parecería que las redes sociales contribuyen mucho a eso: el olvido (¿o la muerte?) del pensamiento crítico. La opinión política, el análisis pormenorizado, la reflexión profunda se va reemplazando por un tuit de 150 caracteres.

Si bien las TICs se están difundiendo por toda la sociedad global, quienes más se contactan con ellas, las utilizan, las aprovechan en su vida diaria dedicándoles más tiempo y energía -y, en consecuencia viéndose especialmente influenciados por estas-, son los jóvenes. Es evidente que la globalización en curso uniforma criterios sin borrar las diferencias estructurales; de ahí que, diferencias mediantes, las generaciones actuales de jóvenes son todas “hijas de las TICs”, o “nativos digitales”, como se les ha llamado.

Aquello que para las generaciones anteriores es novedad, imposición externa, obstáculo, presión para adaptarse -en el trabajo, en la gestión, en el entretenimiento- y en muchos casos temor reverencial, para las generaciones más jóvenes es un dato más de su existencia cotidiana, una realidad tan naturalizada y aceptada que no merece siquiera la interrogación y menos aún la crítica. Se trata en efecto de una condición constitutiva de la experiencia de las generaciones jóvenes, más instalada e inadvertida a medida que se baja en la edad[2].

En esa dimensión, lo importante, lo definitorio es estar conectado y siempre disponible para la comunicación. De esa lógica emanan las llamadas redes sociales, espacios interactivos donde se puede navegar todo el tiempo a la búsqueda de lo que sea: novedades, entretenimiento, información, aventura, etc, etc. En las redes sociales, usadas fundamentalmente por jóvenes, alguien puede tener infinitos amigos. O, al menos, la ilusión de una correspondencia infinita de amistades. En esa línea, es importante hacer notar que la superficialidad no es ajena a buena parte de la cultura que generan las TICs.

De ahí que deba analizarse en detalle cómo se comportan estas tecnologías, que al mismo tiempo que grandes posibilidades, implican también riesgos que no pueden menospreciarse. La cultura de la ligereza, de lo superficial y la falta de profundidad crítica pueden venir de la mano de las TICs, siendo los jóvenes -sus principales usuarios- quienes asumen esas pautas.

Sin caer en preocupaciones extremistas, no se puede perder de vista que tal entronización de la imagen y la inmediatez, en muchos casos compartida con una multifunción simultánea (se hacen infinitas cosas al mismo tiempo), puede dar como resultado productos a revisar con aire crítico: “en términos mayoritarios [los jóvenes usuarios de TICs] adquieren información mecánicamente, desconectada de la realidad diaria, tienden a dedicar el mínimo esfuerzo al estudio, necesario para la promoción, adoptan una actitud pasiva frente al conocimiento, tienen dificultades para manejar conceptos abstractos, no pueden establecer relaciones que articulen teoría y práctica[3].

Pero, si bien es cierto que esta cibercultura abre la posibilidad de cierta liviandad, también ofrece la posibilidad de acceder a un cúmulo de información y a nuevas formas de procesarla como nunca antes había ocurrido, por lo que estamos ante un enorme reto.

Los medios alternativos de comunicación –como el presente, en que se está leyendo este texto, y que hacen uso de la red, de todas estas nuevas herramientas digitales– constituyen un granito de arena más, en la larga y continuada lucha por un mundo mejor. Hoy, caído el Muro de Berlín, y con él muchas esperanzas, no hay dudas que el campo popular está falto de ideas claras, de referentes precisos en la batalla por las transformaciones. Los ideales de algunas décadas atrás, si bien no han desaparecido, quedaron golpeados. La fabulosa ola neoliberal que todavía nos sigue afectando ha significado un golpe muy grande para la izquierda, para el campo popular, para la ideología de la transformación.

En ese marco, la cultura digital que ha llegado con una fuerza fabulosa, abre un reto: obviamente, en tanto tecnología, no es “buena” ni “mala”. Plantearlo así es sumamente reduccionista, equivocado en definitiva. Pero no se puede dejar de considerar cómo funciona, quién la maneja, qué papel juega para los grandes poderes globales como negocio y como mecanismo de control social. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo está abierta.

Ello, sin duda, implica una lucha (¿hay acaso algún aspecto de lo humano que no la implique?), pues los grupos de poder utilizan ese instrumental con fines de conservadurismo, para que nada se altere y, por cierto, lo saben hacer muy bien. De hecho cada vez más asistimos a un uso falaz de estas posibilidades tecnológicas. Por lo pronto, en forma creciente y en todas partes del mundo, la práctica política se basa en el más repugnante engaño bien montado, mercadológicamente ofrecido.

“En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marcará la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados, que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”, señalaba el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky.

Y así es, pues, que cada vez más asistimos a la creación de los llamados “perfiles falsos” en las redes sociales –por parte de los políticos y/o las usinas ideológicas– para hacer creer lo que no es (que los políticos tienen muchos seguidores, que la población los ama, que está de acuerdo con su accionar, inoculando ideología, diezmando el pensamiento crítico. ¿Queda claro por qué lo de intelicidio?).

¿Por qué una gran cantidad de personas en todo el mundo repite lo que repite sin cuestionárselo? Que en Venezuela hay una narcodictadura, por ejemplo; que los misiles nucleares norcoreanos son peligrosos para la paz mundial, pero no así los estadounidenses, solo para poner algunos patéticos ejemplos. El engaño sigue estando presente en el ejercicio del poder, y las redes sociales (atractivas, envolventes, fáciles de usar) lo permiten muy ampliamente. O más aún: lo estimulan a niveles exponenciales.

No debemos perder de vista que se han abierto ciertos de canales para una relativa democratización de la información. En cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la red de redes, decir, denunciar, hacer evidentes ciertas cosas. Pero no hay que olvidar que ese fabuloso espacio virtual también está hiper controlado por los enormes poderes de siempre, que el tráfico satelital no lo maneja el campo popular, que tecnológicamente dependemos de unos pocos servidores que manejan ese tráfico.

La ilusión de creer que la revolución se agota en una pantalla es un peligro. Bienvenidas las tecnologías digitales, sin duda. Aprovechémoslas, conozcámoslas en profundidad, saquémosles el máximo provecho posible. Pero estemos conscientes de que la organización popular, la revolución socialista, no son cuestiones puramente técnicas. La tecnología, si no está al servicio de la causa del Ser Humano como especie, sigue siendo un mecanismo de dominación.

Los medios alternativos de comunicación son un elemento más de un prolongado combate popular en pro de un mundo con mayor justicia. Combate que por cierto no ha terminado aún, que ha perdido quizás la batalla de estas últimas décadas, pero no la guerra.


(*) Marcelo Colussi es catedrático universitario, politólogo y articulista argentino.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

[1] Sartori, Giovanni. Homo videns. La sociedad teledirigida. Ed. Taurus. Barcelona, 1997.

[2] Urresti, Marcelo. Ciberculturas juveniles. La Crujía Ediciones. Buenos Aires, 2008.

[3] Estévez, C. La comunicación en el aula y el progreso del conocimiento, en Urresti, Marcelo. 2006.

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