Las guerras de Trump y la paz necesaria


ANDRÉS MORA RAMÍREZ 


Donald Trump es una criatura política impredecible y voluble. Ese rasgo de su personalidad, que lo mismo puede ser defecto que virtud en un sistema como el estadounidense –al que José Martí [1] caracterizó en su tiempo como recio, nauseabundo, que premia a los hombres más por su maña o fortuna que por la virtud o el talento– lleva al presidente a vivir en un clima inducido de permanente campaña electoral, tensión y turbulencia, en el cual la apertura de frentes de batalla y conflictos por doquier –dentro y fuera del país– devino estrategia de sobrevivencia y encubrimiento de la crisis hegemónica que corroe los cimientos del imperio norteamericano.

Basta con repasar sus poco más de dos años de mandato para comprobar que no hay un solo logro de gestión de gobierno (significativo por su valor en la búsqueda de la paz y el bienestar global) del que pueda presumir; y en cambio, abundan las bravatas, las amenazas y los golpes sobre la mesa protagonizados por hombres, muchos de ellos criminales de guerra, como el infumable Elliot Abrams, que desprecian sistemáticamente el derecho internacional.

En abril de 2017, apenas unos meses después de asumir el cargo, Trump ordenó un bombardeo sobre Siria como represalia por un ataque con armas químicas contra poblaciones civiles, que Washington atribuyó al gobierno de Bashar al Asad, pero cuya verdadera autoría no se ha esclarecido de manera convincente.

Luego, en 2018, llevó el conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur al borde casi de una conflagración nuclear. Ese mismo año declaró la guerra comercial a China al imponer, primero, medidas proteccionistas a las importaciones de esa nación por un monto de 50 mil millones de dólares y desatar una persecución global a los negocios del gigante asiático, especialmente en el campo de las telecomunicaciones.

Más recientemente, el pasado febrero, anunció la salida de su país del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio –una herencia de la Guerra Fría, que augura una escalada de la carrera armamentista– y las maniobras geopolíticas de la OTAN para cercar y controlar a Rusia, el demonio de turno en los relatos oficiales.

Y en días pasados –como si este inventario no fuera suficiente– el Secretario de Estado, Mike Pompeo, confeso militante de la organización evangélica CapitolMinistries, declaró en Israel que, “como cristiano”, cree “posible” que Dios haya enviado a Trump para proteger al pueblo judío frente a sus amenazas regionales (en particular, Irán).

Con América Latina la situación no ha sido diferente: se comporta como un matón de barrio y su política exterior hacia la región rebosa desvaríos injerencistas y arrebatos bélicos. El bloqueo económico y los preparativos de una invasión contra Venezuela; las amenazas contra Cuba, Nicaragua y Bolivia, que serían los próximos objetivos en caso de derrotar a la Revolución Bolivariana; y el recurso reiterado de la “crisis migratoria” con México para forzar la aprobación de presupuesto federal con vistas a la construcción del muro fronterizo son ejemplos de las pretensiones de rapiña y los delirios xenófobos de un hombre cuyo nivel de pensamiento político “cabe en 140 caracteres”, como dijera alguna vez el senador republicano Jeff Flakes, en una crítica alusión a la “diplomacia de twitter” del mandatario estadounidense.

Con las elecciones presidenciales de noviembre de 2020 en el horizonte cercano, el presidente Trump parece decidido a convocar todas las tempestades, como quien busca una tormenta perfecta para salir victorioso. Un juego de todo o nada con el que, si cabe una metáfora, podría desatar el infierno en la tierra. Hoy, más que en ningún otro momento, tenemos claro que el intervencionismo descarnado, militar o político, y la imposición de sanciones para colocar a sus “enemigos” entre la espada y la pared, son las únicas vías que conoce la Casa Blanca para desarrollar su política exterior. La paz y el diálogo no son alternativas en su repertorio diplomático.

Derrotar a Trump –al proyecto político-ideológico que encarna– en la próxima contienda electoral será un deber de los estadounidenses con su propio futuro como nación; pero construir la paz, vistos los antecedentes, será una responsabilidad y una tarea que no podremos abandonar todos nosotros, pueblos de nuestra América y el mundo, que decimos ¡basta ya de atropellos del imperialismo!


(*) Andrés Mora Ramírez es docente e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica.


BIBLIOGRAFIA

[1] Martí, J. (2001). Obras Completas. Vol X. La Habana: Centro de Estudios Martianos. Pág. 185: La Nación. Buenos Aires, 9 de mayo de 1885.




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