Chacho, transchacho, cischacho


 

TEODORO SANTANA 

 

Soy varón. No lo elegí yo: nací con un cromosoma X y otro Y, aparte de otras características del dimorfismo sexual de los mamíferos y otros vertebrados (más en particular, de los simios primates). Peor aún, lo confieso: siempre me han gustado las mujeres. Lo que hace de mí un “hetero”. O como señala la reciente etiqueta, “cishetero”.

Que sea un varón hetero no es algo cultural, ni ideológico, ni histórico. Es pura y simple biología, como el color de mis ojos o de mi piel. Como el haber nacido en el tercer planeta a partir del Sol, respirar por pulmones o necesitar agua para mantenerme vivo. Pura biología.

Tampoco elegí haber nacido en Canarias. Ni hacerlo en una familia pobre, lo que me ha llevado a ser un proletario toda mi vida. “Cisproletario”, digamos. Ya me hubiese gustado ser “transcapitalista” y convertirme en un burgués podrido en millones (lo intento, pero la bonoloto no me ayuda). Es curioso que ningún capitalista quiera arruinarse y convertirse en “transproletario”. La vida te da sorpresas, que cantaba Rubén Blades.

Ahora imaginemos que mis preferencias hubiesen sido homosexuales. Seguiría teniendo la dupla genética XY y la misma fisiología masculina. Y podría disfrutar plenamente de mi sexualidad si no hubiera prejuicios sociales, rechazo homofóbico, fascismo hasta la médula o Iglesia católica.

Pero claro, nací y vivo en una sociedad determinada en un momento histórico determinado. Y como explicaba Marx, en cada sociedad la ideología dominante es la de la clase dominante. Vaya en mi descargo que eso tampoco lo elegí yo (y que me he pasado la vida intentando cambiarlo, sin éxito hasta el momento).

Volviendo al supuesto anterior, pongamos que, como la mayoría de la gente, hubiese sido abducido por los roles de género. Que me tragase el cuento de que si me gustan los hombres es porque soy “una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre”. Y que no sólo tengo que adoptar los estereotipos femeninos de la sociedad en que vivo, sino que tengo que mutilarme para parecer físicamente mujer. Y todo ello para justificar ante la ideología burguesa mis tendencias sexuales. Ya no sería un varón homosexual, sino una mujer “verdadera”.

Pareciera que no se pudiera ser homosexual sin asumir poses, sin ser, como se dice, “afeminado”. Que ser varón homosexual es ser media persona. Débil. Sensu contrario, ser lesbiana es ser machona, no un “verdadero hombre”. Las personas trans se convierten así en víctimas del sistema. De los esquemas mentales impuestos tanto a ellas como a los demás. Por ello no cabe criminalizarlos. Todo lo contrario.

Pero todo esto sí que es cultural; sí que es patriarcal y sexista. Y homofóbico. No responde a la realidad, sino a una determinada visión de la realidad, esto es, a una determinada ideología. Capitalista, para más señas. Ya de paso, engordamos a las multinacionales farmacéuticas y a los médicos desalmados. Y, sobre todo, mantenemos a la juventud proletaria, sin futuro y deprimida, enredada en estos “transasuntos” individuales y alejada de proyectos de vida colectivos y revolucionarios.

Jugada maestra. Chacha, chacha, chacha.

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