Socialismo: ¿de mercado?



D. DELGADO 


De un tiempo a esta parte, sobre todo con el despegue económico definitivo de la República Popular China, se ha extendido (como si de un axioma se tratase), entre un sector de comunistas y gentes de izquierda, la asimilación del concepto “socialismo de mercado” como un cuerpo ideológico revisionista y antimarxista, antagónico al ortodoxo y bien encarrilado “socialismo real”. 

Se ha creado así una infecunda dicotomía que constata la perpetuación de algunos vicios de la militancia comunista, como es la repetición maquinal de lo que es o no es socialismo mediante la interiorización memorista de etiquetas y concepciones instintivas, soslayando así la responsabilidad de estudiar íntegramente. O la idealización metafísica de patrones ideológicos. Y la tendencia confortable de dilucidar las lagunas que se presentan en la formación, adoptando una pose izquierdista y radical, con la desacertada creencia de que es más consecuente aquel comunista que apoya sin fisuras el modelo (otra expresión antimarxista en ese sentido) soviético, y lo consagra como ejemplo de marxismo-leninismo “bien aplicado”, en contraposición al “revisionismo” chino que proyectó el socialismo de mercado. 

En realidad no fue ningún supuesto revisionismo y, por consiguiente, abandono del marxismo-leninismo de los ideólogos chinos, lo que propició el socialismo de mercado. Más aún, el socialismo de mercado no es antimarxista, sino todo lo contrario. Tampoco es un invento chino. Luego, el problema no es que exista una corriente que defienda un “socialismo de mercado” que, como tal, necesariamente debiera ser una ideología burguesa según defienden los más puristas. El problema de fondo es que, por la subestimación del estudio de la economía política marxista, el concepto de “mercado” está satanizado y asociado por muchos, única y exclusivamente al modo de producción capitalista. 

Sin embargo, el mercado no es producto del capitalismo, ni “desaparece” inmediatamente, por decreto, en la primera fase de la sociedad comunista. 

El socialismo de mercado no debe ser considerado como una idea ajena a Marx y a Lenin, como se deduce en la obra y práctica de ambos. Y hay que comprender que el mercado es una categoría de la economía mercantil, no una categoría particular del capitalismo. Por lo tanto, es importante distinguir entre características mercantiles y características capitalistas de la economía. 

El socialismo es una economía mercantil. Es decir, una economía en la cual lo que se produce, mayoritariamente va dirigido al mercado, y donde subsiste la ley del valor de Marx: la cantidad de tiempo de trabajo, socialmente necesario, que se requiere para producir una mercancía determina su valor

En ningún texto señaló Marx que el mercado y sus leyes fueran sustituidos por “las leyes de la planificación económica” como se insiste en el Manual de Economía Política que editó la Academia de Ciencias de la URSS. Tampoco que en la fase socialista el trabajo perderá su carácter de “trabajo asalariado”. O sea, que el trabajador en el socialismo vende su fuerza de trabajo, y a cambio obtiene un salario, no según sus necesidades (que tampoco debe determinar el Estado), sino según su trabajo. 

Bien diferente es el desarrollo de las libertades mercantiles en el capitalismo y en el socialismo: los capitalistas conciben y quieren producir todo como mercancía, desde la educación y la sanidad, pasando por todo tipo de servicios, bienes, fenómenos de masas y hasta el propio oxígeno si es posible. Mientras que el socialismo, sin negar la existencia del mercado, no absolutiza esta categoría hasta elevar todas las esferas de la producción y los servicios elementales a la mercantilización. 

Lo importante es comprender que, si bien la economía capitalista es fruto del desarrollo de la economía mercantil, y la forma capitalista de la riqueza es imposible si no existe en esta forma, la economía mercantil puede existir sin que exista la forma capitalista. Habrá riqueza socialista o capitalista en forma mercantil, pero en un socialismo donde se rechace el mercado sólo habrá pobreza, salarios bajos, desabastecimiento, corrupción, desmoralización de las masas y burocratismo estatal. 

Los ideólogos y economistas burgueses difunden, de forma mezquina, que por un lado se encuentran los paladines de la “economía de mercado” (los capitalistas) y por otro los defensores de la economía planificada (los comunistas). Y puesto que el comunismo “naufragó” en el siglo XX, la “economía de mercado” exhibió su superioridad. 

Tal es la doctrina que imparte la ideología burguesa dominante a través de sus medios propagandísticos, sus ideólogos y politólogos varios. Lo negativo para los comunistas es que, a lo largo de todo el orbe, algunos partidos y multitud de militantes comulgan a medias con esa visión capciosa. Pues si bien no comparten la conclusión sobre la derrota del comunismo y la victoria de la “economía de mercado”, sí que arrancan de la base asociativa: planificación igual a socialismo y mercado igual a capitalismo. De este modo enfrentan ambas realidades. 

Pero en contra de la idealización de la planificación económica, las experiencias revolucionarias pusieron de manifiesto que los planes centrales del Estado tienen un alcance limitado, y que para las empresas de propiedad colectiva no estatalizadas, éstos sólo pueden servir de referencia y estar sujetos a discusión. Los trabajadores son los auténticos responsables de los resultados económicos de estas empresas y necesitan amplias libertades para ejecutar las medidas necesarias que mejoren su productividad. 

No sólo hay que aceptar en teoría la necesidad de que la ley del valor sea reconocida en los países socialistas: hay que demostrarlo en la práctica. Y esto significa que los precios debe establecerlos el mercado, que es quién determina la cantidad de trabajo que necesita emplear la sociedad para producir una mercancía. No el Estado, que no tiene forma de saber el valor de los bienes y servicios, para determinar sus precios de forma burocrática. 

Es obvio que para hacer efectivo el reconocimiento de una ley, hay que ratificar su manifestación objetiva. Sería tan absurdo creer en la Teoría de la Relatividad, pero negar la existencia del tiempo y el espacio, cómo dar por válida la existencia de la ley del valor pero negar el mercado. 

En conclusión, no es tal la contradicción entre planificación y mercado. La planificación está presente en las empresas que se benefician de la apropiación del trabajo ajeno en el capitalismo. Y el mercado es imprescindible para el desarrollo de las fuerzas productivas en el socialismo, sin el cual no se podría garantizar la satisfacción de las necesidades materiales de la clase trabajadora y la revolución se vendría abajo. La planificación, además, no es innecesaria y lesiva para el avance del socialismo (todo lo contrario), sólo que no puede en ningún caso sustituir al mercado y al cometido que éste desempeña en la materialización de la ley del valor. 

Las libertades mercantiles, e incluso en menor grado las capitalistas, en un determinado momento de desarrollo del socialismo son necesarias. Dependiendo de la correlación de fuerzas, del desarrollo de las fuerzas productivas y de otros factores, se irá expropiando progresivamente a las clases residuales del antiguo régimen capitalista. Así lo entendió Lenin al elaborar la NEP y se verificó en las diversas experiencias revolucionarias. 

Los comunistas debemos criticar el “socialismo de mercado”, no por ser una figurada tendencia revisionista sino, en todo caso, porque tal expresión tiene una connotación redundante. 

El socialismo de Marx y Lenin es de mercado.

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