Contra las primarias


TEODORO SANTANA


Se han convertido en un "imprescindible valor democrático" que nadie cuestiona. En un "derecho inalienable" de los afiliados, simpatizantes y "ciudadanos en general". ¿Acaso hay algo mejor para la elección de los cargos de un partido, especialmente si se reclama "de izquierdas"?

El problema empieza cuando los electores "primarios" sólo conocen al candidato por sus apariciones en los medios de comunicación del enemigo, en manos de una oligarquía que, a través de sus empleados, tertulianos y opinadores a sueldo, decide a quién se publicita y cómo se le publicita. Pasamos así de la política al espectáculo, de los razonamientos a la lucha por colocar titulares. Y a que sean los oligarcas los que, en último término, decidan la dirección de los partidos.

Si, además, "cualquier ciudadano" puede inscribirse para votar en las primarias de determinado partido, podría llegarse al absurdo de que, por ejemplo, todos los afiliados del PP podrían apuntarse a votar la dirección de Podemos o del PSOE, por ejemplo, y decidir su resultado. Y sin tener que mortificarse acudiendo a reuniones ni dando la cara, sino desde la comodidad del sofá a un clic en el ordenador o en el teléfono móvil. La ideología del "cuerpo electoral" (esto es, el punto de vista desde el que se concibe el mundo) importa poco. 

Añadamos a eso la presentación de los candidatos en lotes, de forma que la elección tiene poco margen para la valoración personal e individualizada. Nada como votar la "lista oficial". O que las posiciones políticas –colectivas– queden en segundo plano frente a los personalismos, que se hipertrofian. En el PSOE la cosa llega al extremo de votar primero al secretario general antes de debatir las políticas en el congreso del partido, de forma que éste queda totalmente maniatado.

En realidad, si de lo que se trata simplemente es de copar puestos en el Estado burgués, de electoralismo vulgar sin la menor intención de derribar el sistema, las primarias no dejan de ser un método de propaganda como otro cualquiera. Pero si de lo que trata es de dotarnos de un partido revolucionario, tales métodos son impensables.

Y no solo en términos de eficacia política. Nada más democrático que la elección de abajo a arriba, de forma que, en cada nivel, quienes votan conozcan a las candidatas y candidatos personalmente, sepan directamente de su coherencia y de su honradez, de su comportamiento, de su entrega, de sus opiniones y sus posicionamientos, de la opinión que de él tienen sus compañeros de trabajo y sus vecinos.

Nada más democrático que sean sus compañeras y compañeros, militantes comprometidos y con un alto nivel político e ideológico –y no "cualquier ciudadano" con móvil (por no hablar de la "brecha digital")– quienes le otorguen su confianza para tal o cual responsabilidad, con independencia de que salga más o menos en la televisión.

Cierto que si ese partido político se institucionaliza, incrustándose en el Estado burgués y ocupando cargos y puestos de trabajo en la administración, corre el riesgo de la aparición de intereses creados y camarillas. Por eso es fundamental la adopción de medidas antiburócráticas reales para evitar el clientelismo y el cercenamiento del debate interno.

Por poner sólo algunos ejemplos, me refiero a medidas como el derecho a dirigir escritos, individuales o colectivos, a la dirección del partido, y la obligación de que éstos sean publicados en los medios de prensa del partido, para que todos los militantes tengan acceso a ellos y puedan discutirlos. O a no restringir los grandes debates políticos e ideológicos a los momentos congresuales, normalmente de corta duración y más corto alcance. O a que ningún miembro del partido pueda ser el patrón o el jefe laboral de otro militante.

Como explicaba Marx, todo Estado, adopte la forma que adopte, no es más que la dictadura de una clase sobre otra, el monopolio de la violencia de una clase sobre las demás. Hablar de "democracia" ignorando esta realidad histórica, no es más que palabrería pequeñoburguesa, postureo analfabeto.

La cuestión, una vez más, no es la forma del partido, sino para qué se quiere ese partido. Si lo que quieren ustedes, señores reformistas, es "asaltar los cielos" de las instituciones burguesas, háganlo como les dé la gana, con primarias o con "secundarias". Los que pretendemos tomar por asalto el cuartel general de la burguesía, destruir su Estado y construir un Estado de trabajadoras y trabajadores, tendremos que hacerlo de otra manera.


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